jueves, 22 de mayo de 2008

El negro:


Una señora toma un tazón y le pide al camarero que se lo llene de caldo. A continuación se sienta en una de las muchas mesas del local.
Pero apenas sentada se da cuenta de que ha olvidado el pan. Entonces se levanta, se dirige a recoger un trozo de pan para comerlo y vuelve a su sitio.
¡Sorpresa! Delante del tazón de caldo se encuentra sin inmutarse un hombre de color, un negro, que está comiendo tranquilamente.
¡Esto es el colmo! - piensa la señora - ¡pero no me dejaré robar! Dicho y hecho. Se sienta al lado del negro y parte el pan en pedazos. Los mete en el tazón que está delante del negro y coloca la cuchara en el recipiente.
El negro, complaciente, sonríe. Toman una cucharada cada uno hasta terminar la sopa. Todo en silencio.
Terminada la sopa, el hombre se levanta, se acerca a la barra y vuelve después con un abundante plato de espaguetis y.... dos tenedores. Comen los dos del mismo plato, en silencio, turnándose.
Al final se va el negro: ¡Hasta la vista!, se despide, reflejando una sonrisa en sus ojos. Parece satisfecho por haber realizado una buena acción. Se aleja.
La mujer le sigue con la mirada. Una vez vencido su estupor, busca con la mano el bolso que había colgado en el respaldo de la silla. Pero el bolso ha desaparecido.
Entonces.... aquel negro.....

Iba a gritar ¡al ladrón! cuando, ojeando a su alrededor, ve su bolso colgado de una silla dos mesas más atrás de donde estaba ella, y sobre la mesa, una bandeja con un tazón de caldo que ya se había quedado frío.

6 comentarios:

  1. Una joya, me estoy enganchando a vuestra colección de cuentos, que están a cual más interesantes.

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  2. Conozco una versión muy parecida que me la contaron con una señora y un paquete de galletas.

    Dice mas o menos así:

    "Una tarde, cuando ella llegó a la estación, le informaron de que el tren en que viajaba se retrasaría casi media hora. La elegante señora, bastante contrariada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua. Se dirigió hacia el andén central, justo donde debía llegar su tren, y se sentó en un banco, dispuesta para la espera.
    Mientras hojeaba su revista, un chico joven se sentó a su lado y comenzó a leer el periódico. De pronto, la señora observó con asombro que aquel muchacho, sin decir una palabra, extendía la mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una, despreocupadamente. La mujer se sintió bastante molesta. No quería ser grosera, pero tampoco le parecía correcto dejar pasar aquella situación o hacer como si no se hubiese dado cuenta. Así que, con un gesto manifiesto, quizá exagerado, tomó el paquete, sacó una galleta y se la comió manteniendo la mirada de aquel chico.
    Como respuesta, el chico tomó otra galleta e hizo algo parecido, esbozando incluso una ligera sonrisa. Aquello terminó de alterarla. Tomó otra galleta y, de modo aún más ostensible, se la comió manteniendo de nuevo la mirada a aquel muchacho tan atrevido. El diálogo de miradas y pensamientos continuó entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, y el muchacho parecía estar cada vez más divertido.
    Finalmente, cuando ya sólo quedaba la última galleta, ella pensó: «No podrá ser tan descarado». El chico alargó la mano, tomó la galleta, la partió en dos y ofreció la mitad a la señora. «¡Gracias!», dijo la mujer, intentando a duras penas contener su enfado.
    Entonces el tren anunció su llegada. La señora se levantó y subió hasta su asiento. Antes de arrancar, desde la ventanilla todavía podía ver al muchacho en el andén y pensó: «¡Qué insolente, qué mal educado, qué será de este país con una juventud así!». Sintió entonces que tenía sed, por las galletas y quizá por la ansiedad que aquella situación le había producido. Abrió el bolso para sacar la botella de agua y se quedó petrificada cuando encontró dentro del bolso su paquete de galletas intacto.

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  3. Os cuento este otro muy cortito:

    "Era otoño, y los indios de una remota reserva preguntaron a su nuevo Jefe si el próximo invierno iba a ser frío o apacible. Dado que el jefe había sido educado en una sociedad moderna, no conocía los viejos trucos indios. Así que, cuando miró el cielo, se vio incapaz de adivinar qué iba a suceder con el tiempo... De cualquier manera, para no parecer dubitativo, respondió que el invierno iba a ser verdaderamente frío, y que los miembros de la tribu debían recoger leña para estar preparados. No obstante, como también era un dirigente práctico, a los pocos días tuvo la idea de telefonear al Servicio Nacional de Meteorología.
    - ¿El próximo invierno será muy frío? -preguntó.
    - Sí, parece que el próximo invierno será bastante frío –respondió el meteorólogo de guardia.
    De modo que el Jefe volvió con su gente y les dijo que se pusieran a juntar todavía más leña, para estar aún más preparados. Una semana después, el Jefe llamó otra vez al Servicio Nacional de Meteorología y preguntó:
    - ¿Será un invierno muy frío?
    - Sí - respondió el meteorólogo- va a ser un invierno muy frío.
    Honestamente preocupado por su gente, el Jefe volvió al campamento y ordenó a sus hermanos que recogiesen toda la leña posible, ya que parecía que el invierno iba a ser verdaderamente crudo. Dos semanas más tarde, el Jefe llamó nuevamente al Servicio Nacional de Meteorología:
    - ¿Están ustedes absolutamente seguros de que el próximo invierno habrá de ser muy frío?
    - Absolutamente, sin duda alguna -respondió el meteorólogo- va a ser uno de los inviernos más fríos que se hayan conocido.
    - ¿Y cómo pueden estar ustedes tan seguros?
    - Fíjate si va a serlo que los indios están recogiendo leña como locos."

    Esta y otras pescadillas , nos suceden más de lo que parece.

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  4. ¡Que bueno!

    Los prejuicios nos ocupan tanto espacio en el coco y luego sirven para tan poco,...

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  5. "Cuando yo tenía catorce años, mi padre era tan ignorante que no podía soportarle. Pero cuando cumplí los veintiuno, me parecía increíble lo mucho que mi padre había aprendido en siete años."

    Mark Twain

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